sábado, 29 de agosto de 2015

Queja al viento.

No, no. No me gusta el viento.
Mi mente empieza a galopar entre escombros vertiginosos y me resulta muy difícil detenerla. Cada rendija se vuelve una explosión de aire, cada objeto abandonado, un proyectil. Las estructuras se tambalean entre vibraciones y crujidos, rodeadas de esa danza histérica de los árboles y esos aullidos desgarradores, quizá amenazando, quizá suplicando.
Preveo la mañana siguiente regada de restos y resignación, y sin embargo al salir el sol manso, tibio, como un armonioso contrapunto, todo parece haber sido un malentendido de la noche anterior.


lunes, 24 de agosto de 2015

Viernes.

Ayer no sabías. Incluso anoche no sabías. Esperabas un viernes de rutina. Un día más.
Hoy todo parece derrumbarse para nunca más volver a ser lo que, hasta ayer, incluso hasta anoche, era.
Los pasillos del hospital, el reporte médico, los pasos agitados, como los latidos de tu corazón que se sienten en tu cabeza junto con la súplica, ahogada por la realidad, pidiendo que todo vuelva a ser como ayer, como anoche.
Y es todos sabemos que todo le puede pasar a cualquiera; lo que no asimilamos realmente es que todos somos cualquiera.

viernes, 29 de mayo de 2015

Muertes innecesarias

A su parecer resultaba un tanto exagerada la precaución, pero ya que se trataba de su propia integridad física le parecía que mejor era ser cuidadoso de más.

El riesgo de ser encontrado y exterminado se había vuelto su compañía constante; sabía que el vértigo desafiante de aventurarse descuidadamente sin límites podían llegar a ser su perdición.

Junto a su palita de mano se encontraban indefectiblemente sus guantes de jardín. No eran simples guantes; eran más bien como fortalezas hechas guantes, con un aspecto casi agresivo pero con la flexibilidad acogedora de la lona.

Pronto decidió buscar cobijo y cambiar su preciada libertad por un puñado de seguridad y confort. Descartó selectivamente potenciales moradas y finalmente se decidió por la que percibió más cálida y protegida: una amplia estancia en la que desembocaban varios pasillos.

Aquella tarde llegó hasta el manzano del que quería despejar la cazuela, bien en el fondo del jardín, y recién al acuclillarse notó que había olvidado sus guantes en la galería. Estuvo por ceder a la tentación de hacer ese breve trabajo sin ellos, pero haciendo galardón de su constancia y voluntad, regresó a buscarlos.

Apenas mudado ya se sentía tan a gusto como si hubiese estado allí por años; satisfecho por su decisión sonrió para sus adentros y se dejó dormitar tranquilo, sin sospechar lo que ocurriría a continuación.

Alcanzó sus guantes, se calzó el izquierdo y mientras se alejaba de la galería calzándose el derecho sintió un dolor punzante que en un instante se propagó, como multiplicándose, por todo su cuerpo, justo antes de que su vista se nublara por completo.

Una mole invadió repentinamente la habitación; quiso huir pero sólo logró deslizarse por el primer pasillo y, mientras su cuerpo se rendía, en un último estertor lanzó una fiera mordida a su atacante.

Encontraron su cuerpo sin vida a la mañana siguiente, tendido en el jardín. Mientras lo cargaban en la camilla uno de los paramédicos declaró, casi al aire, que la causa había sido una picadura de araña en su pulgar derecho.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Jaula.

El lobo se acercó nuevamente a los barrotes. Los escudriñó y encontró la jaula tan infranqueable como antes.

Resignado, se alejó otra vez rumiando su envidia por lo que había del otro lado de la reja: constante comida y protección sin dar a cambio el más mínimo esfuerzo.

Wolf Eyes de Akiko Watanabe

domingo, 28 de septiembre de 2014

No quiero una casa limpia.

No quiero una casa limpia.
En todo caso, que sea una casa limpiada.

Limpiada después del barro seco en el piso que queda de tanto entrar y salir atendiendo a mi jardín.
Después de los restos de comida en la cocina por esos platos con los que experimento mezclando sabores, después de la olla de cocinar cebada que huele a lúpulo por la última cerveza que preparé.
Después del baño que huele al shampoo que usé para lavar mi pelo, después de la galería sembrada con arena y lombricompuesto de los cajones en los que sembré.
Después de la mesa de pool con los tacos apoyados del juego que todavía no pude terminar, después del escritorio con el vaso lleno de agua coloreada por acrílicos del dibujo que estoy haciendo, después del taller con aserrín y aguarrás en una lata porque todavía hay un pincel en remojo.
Después del dormitorio con alguna que otra ropa fuera de lugar porque subí corriendo a buscar mis jeans que tiene las rodillas sucias para seguir haciendo cosas.

Quiero una casa vivida, no impecable. Que tenga que limpiarla para que no esté sucia.
Pero no quiero una casa limpia.

jueves, 12 de junio de 2014

Mis lejanos pies.

Ayer mismo me encontré pensando "¡Qué lejos están los pies!".

Claro, llega el invierno y se me congelan. Pero lejos... ¿lejos de qué? Si son parte de mí ¿cómo pueden estar lejos? ¿Lejos del corazón que les envía sangre? ¿Lejos de mis manos para frotarlos y darles calor? ¿O lejos... de mí?
Y esto me hizo pensar, como tantas otras veces por tantos otros motivos ¿qué es exactamente lo que en esencia yo considero que es "yo"?

Más precisamente (y poco originalmente): ¿Qué hace que una persona sea esa persona?
Me inclino inevitablemente (inevitablemente positivista y materialista) por considerar que el "núcleo" de una persona es su cerebro.

Un río: agua tallándolo y fluyendo a través (Rio Lena, Siberia,)
Claro que, de la misma forma en que un río no es sólo su cauce y tampoco lo es sólo el agua que corre por él, no podemos considerar al cerebro simplemente como órgano, como carcasa, sino como el soporte activo y dinámico en el que se van imprimiendo las vivencias y aprendizaje que, en última (y primera!) instancia constituyen a una persona y que a la vez son las que la conducen a adquirir más vivencias y aprendizaje.
Una persona es, así, causa y consecuencia de sí misma, delimitada por su entorno y sus condiciones iniciales.


O quizá sólo sea el invierno y se me congelan los pies...



jueves, 5 de diciembre de 2013

Fuente de energía

Lo que inicialmente parecía una llovizna se había convertido en una prepotente tormenta que azotaba mi techo sin ninguna consideración. La energía eléctrica parecía haberse cortado.

Todo había sucedido tan atropelladamente que me parecía increíble tener cualquier recuerdo coherente y secuencial: la ruta, la lluvia, el barro, mis ansias por llegar; un kilómetro más... Un día más. En apariencia uno como tantos otros, ignorando que contendría ese punto de inflexión, ese insalvable antes y después para entregarme a un eterno nunca más.

Y aún ahí, ya sintiendo ese bip electrónico al ritmo de mi corazón cumpliendo abnegado todavía con su
tarea cotidiana, ya sumergido en el olor y el rumor de la sala de cuidados intensivos, aún ahí podía yo evocar en mi nariz y en mi boca el sabor caliente y repentino del golpe en mi cara y en mi cráneo; todo mi cuerpo entregado inerme al aturdimiento que inescapablemente le tocaría soportar cuando salí disparado del asfalto, fuera de control y fuera de plan.
La resignación no lograba sucederle a la sensación de irrealidad: era yo quien estaba ahí.

La energía eléctrica parecía haberse cortado, si. Entreabrí los ojos para ver la ventana de mi habitación en penumbra y volví a dormirme al son del bip de la UPS.