lunes, 22 de octubre de 2012

Recuerdos


Cada vez que escucho la Arietta, OP. 12, NO1 de Edvard Grieg pienso en esto...

"Una mañana gris; estoy guardando todas estas fotos desvaídas; tantos momentos, tantos rostros, tantos hechos quedarán ahora guardados para siempre.

Quién tiene el tiempo hoy como para construir ningún recuerdo... La melancolía acusa la falencia; reclama algo para sumergirnos, ocasionalmente, en sus pegajosos brazos.


Así es que compré estas fotos: momentos que nunca viví, rostros que nunca me resultaron conocidos, hechos que nunca ocurrieron.

Ya no me puedo mentir; aunque la memoria se convence fácilmente con la insistencia y jamás me delataría ante mi melancolía... y si es que no puedo vivir sin ella, entonces ahora recordaré, nostálgicamente, que no tengo ningún recuerdo.


Si. Algún día esta mañana gris será un melancólico recuerdo."

miércoles, 10 de octubre de 2012

Testigo


Mi hermano y yo imaginábamos personajes y componíamos argumentos, prolongando los innúmeros minutos de cada día hasta que el atardecer los hacía parecer escasos.

Ese día en particular jugábamos juntos como tantas otras veces, escabulléndonos por los oscuros pasillos de piedra de las ruinas que visitábamos con mis padres en esa tarde gris, saltando los canales de agua verdosa y trepando a las toscas esculturas, venosas de hiedras.

Y allí aparecieron ellos, dos hombres con más aspecto de oficinistas que de matones; lo tomaron de los brazos, casi como jugando. El no opuso ninguna resistencia mientras, esquivando las mismas acequias que nosotros saltábamos, lo llevaron hasta un coche.

Mis padres, que contemplaban a pocos metros, permanecieron impasibles. Me alzaron en sus brazos y nos apartamos, casi al mismo tiempo que un par de hombres armados se agregaban a la escena, ya de más confusa para mí, y mientras los del coche neutralizaban a estos últimos mi padre agradecía al aire que se acabara la espera.


Mi hermano testificaría lo que había visto, y finalmente no precisaría ya de la custodia constante de esos hombres con aspecto de oficinistas.

martes, 9 de octubre de 2012

Descubierto

Creo que ya había amanecido, cuando me disponía a terminar con mis asuntos. La verdad es que tampoco me importaba mucho que hubiese amanecido; había pasado los últimos tres días en ese edificio, que en un comienzo me fue tan ajeno y del que ahora podría describir cada recoveco y predecir el final de cada pasillo.

Me dediqué a recorrer aquellos, que ya se presentaban como mis dominios. Algo de comida y un sitio confortable para dormir; ¿quién podría pedir más? 
Me detuve en el rincón opuesto y contemplé por horas mi entorno. Aunque todo estaba en penumbra, pude ver sobre mi cabeza una gran estantería que sostenía tan tentadores como voluminosos libros; a mi derecha, una puerta estaba de pie, inmutable, custodiando vaya a saber qué misterio. Su hermeticidad (inusual en este tipo de construcción) me había dejado de este lado; ni una noción de qué había más allá. 
A poca distancia de donde estaba yo, se abría un respiradero de alguna cañería, con su rejilla encima. Me recordaba al desagüe de aquel patio, abrazado por ese mar de una trágica tormenta... yo miraba desde las alturas cómo se escurría todo en ella... y desaparecía.

Volví de mis recuerdos cuando escuché un grito de una mujer; la hermética puerta estaba abierta de par en par y la luz entraba caudalosamente, como adueñándose del territorio.
Me deslicé rápidamente, atravesé el hasta entonces desconocido umbral, y encontré una habitación en la que me sumergí, sin dudar, aún sabiendo que pagaría caro mi atrevimiento.

Pronto percibí el ajetreo y, aunque mi refugio parecía seguro, las luces eléctricas lo anunciaron; había sido descubierto. El abominable gas nubló mi vista, me tambaleé aunque seguí corriendo en ese confuso estado. Todo daba vueltas y no podía respirar, el mundo parecía caer sobre mí, junto con mis recuerdos, aplastándome contra el piso que parecía golpear constantemente mi cara. Aún correteé un poco más; un revoloteo final como despedida, quizá intento desesperado por escapar de lo que era inminente. 

Finalmente, no pude sostenerme más y mi cuerpo quedó de espaldas al piso, mostrando mi abdomen indefenso a ese cielo de ladrillos, mientras se filtraba ya por todo mi cuerpo adormecido una dosis letal de insecticida. 

martes, 2 de octubre de 2012

No yo


Parecía estar oscureciendo; o aclarando. En ambos casos el efecto es el mismo: el cielo y todas las sombras se veían en matices de un gris indescriptibleUna masa de gente se apelmazaba frente a un gran edificio, de extensión predominantemente horizontal. Los cercos alambrados se elevaban a una altura suficiente como para reflejar la impenetrabilidad de la inmensa fábrica. 
La gente fue dispersándose,  pronto desapareciendo. El paisaje quedó desierto como algún cuadro de De Chirico que en seguida se dibujó en mi mente, representando a la perfección la sensación cuasi inhumana que parecía en verdad inherente a aquella construcción a la que yo conocía bien.
Dos de mis compañeros eran los únicos que no habían marchado junto con la multitud, y al igual que yo planeaban confusamente ingresar al interior del predio. Pronto nos encontramos los tres atravesando las altas puertas de tejido metálico, luego de abrirlas pacientemente evitando cualquier método que precisase violencia. Nos internamos en terreno de la fábrica , deslizándonos sobre el húmedo pavimento.
 Distintos tonos de cemento era todo lo que nos rodeaba; a cierta distancia, un estanque rectangular parcialmente cubierto por una gruesa tapa de metal blanquecina, en parte desteñida, en parte oxidada. Alrededor se encontraba un grueso cerco de escasa altura, con su puerta completamente abierta. Algo me atrajo y pronto me encontré solo, penetrando el cerco y dejando a mi curiosidad arrastrarme hasta el borde descubierto del estanque. Asomado tímidamente observé su contenido; un líquido translúcido, más bien azulado y casi amenazador, asemejándose a aquel preparado tan corrosivo que solíamos utilizar en nuestras tareas diarias en la fábrica.
Mi contemplación no duró mucho; apenas pude alzar mi vista para ver la sombra de una silueta arrojándose sobre mí. Caí hacia un costado y con insospechada agilidad me escurrí hasta uno de los extremos del estanque, donde tomé una maciza pala a modo de arma de defensa.
Imaginable es la sorpresa que me causó ver que mi agresor era una persona de mi altura y mi contextura física... su cara me resultó tan familiar como la que veía cada mañana reflejada en el espejo mirándome mirarle.
El combate no duró mucho. Me vi con actitud temerosa, me vi intentando huir; golpeando con la pala, golpeando con mis puños, viendo cara a cara a mi contrincante, empujándolo fugazmente dentro del estanque y viéndolo disolverse.
Satisfecho, me deslicé fuera de la fábrica y atravesé el hediondo basural que rodeaba la zona, teniendo demasiado claro mis objetivos como para pensar que realmente se trataba de mí. Entonces comprendí que no era yo quien había vencido en la lucha.