lunes, 22 de octubre de 2012
miércoles, 10 de octubre de 2012
Testigo
Mi hermano y yo
imaginábamos personajes y componíamos argumentos, prolongando los innúmeros
minutos de cada día hasta que el atardecer los hacía parecer escasos.
Ese día en particular jugábamos juntos como tantas otras veces, escabulléndonos por los oscuros pasillos de piedra de las ruinas que visitábamos con mis padres en esa tarde gris, saltando los canales de agua verdosa y trepando a las toscas esculturas, venosas de hiedras.
Y allí aparecieron ellos, dos hombres con más
aspecto de oficinistas que de matones; lo tomaron de los brazos, casi como
jugando. El no opuso ninguna resistencia mientras, esquivando las mismas acequias que nosotros saltábamos, lo llevaron hasta un
coche.
Mis padres, que
contemplaban a pocos metros, permanecieron impasibles. Me alzaron en sus brazos
y nos apartamos, casi al mismo tiempo que un par de hombres armados se
agregaban a la escena, ya de más confusa para mí, y mientras los del coche
neutralizaban a estos últimos mi padre agradecía al aire que se acabara la
espera.
Mi hermano testificaría lo que había visto, y finalmente no precisaría ya de la custodia constante de esos hombres con aspecto de oficinistas.
Mi hermano testificaría lo que había visto, y finalmente no precisaría ya de la custodia constante de esos hombres con aspecto de oficinistas.
martes, 9 de octubre de 2012
Descubierto
Creo que ya había amanecido, cuando me disponía a terminar con mis asuntos. La verdad es que tampoco me importaba mucho que hubiese amanecido; había pasado los últimos tres días en ese edificio, que en un comienzo me fue tan ajeno y del que ahora podría describir cada recoveco y predecir el final de cada pasillo.
Me dediqué a recorrer aquellos, que ya se presentaban como mis dominios. Algo de comida y un sitio confortable para dormir; ¿quién podría pedir más?
Me detuve en el rincón opuesto y contemplé por horas mi entorno. Aunque todo estaba en penumbra, pude ver sobre mi cabeza una gran estantería que sostenía tan tentadores como voluminosos libros; a mi derecha, una puerta estaba de pie, inmutable, custodiando vaya a saber qué misterio. Su hermeticidad (inusual en este tipo de construcción) me había dejado de este lado; ni una noción de qué había más allá.
A poca distancia de donde estaba yo, se abría un respiradero de alguna cañería, con su rejilla encima. Me recordaba al desagüe de aquel patio, abrazado por ese mar de una trágica tormenta... yo miraba desde las alturas cómo se escurría todo en ella... y desaparecía.
Volví de mis recuerdos cuando escuché un grito de una mujer; la hermética puerta estaba abierta de par en par y la luz entraba caudalosamente, como adueñándose del territorio.
Me deslicé rápidamente, atravesé el hasta entonces desconocido umbral, y encontré una habitación en la que me sumergí, sin dudar, aún sabiendo que pagaría caro mi atrevimiento.
Pronto percibí el ajetreo y, aunque mi refugio parecía seguro, las luces eléctricas lo anunciaron; había sido descubierto. El abominable gas nubló mi vista, me tambaleé aunque seguí corriendo en ese confuso estado. Todo daba vueltas y no podía respirar, el mundo parecía caer sobre mí, junto con mis recuerdos, aplastándome contra el piso que parecía golpear constantemente mi cara. Aún correteé un poco más; un revoloteo final como despedida, quizá intento desesperado por escapar de lo que era inminente.
Finalmente, no pude sostenerme más y mi cuerpo quedó de espaldas al piso, mostrando mi abdomen indefenso a ese cielo de ladrillos, mientras se filtraba ya por todo mi cuerpo adormecido una dosis letal de insecticida.
martes, 2 de octubre de 2012
No yo
Parecía estar oscureciendo; o aclarando. En ambos casos
el efecto es el mismo: el cielo y todas las sombras se veían en matices de un gris indescriptible. Una masa de gente se apelmazaba frente a un gran
edificio, de extensión predominantemente horizontal. Los cercos alambrados se
elevaban a una altura suficiente como para reflejar la impenetrabilidad de la
inmensa fábrica.
La gente fue dispersándose, pronto desapareciendo. El paisaje quedó desierto como
algún cuadro de De Chirico que en seguida se dibujó en mi mente, representando
a la perfección la sensación cuasi inhumana que
parecía en verdad inherente a aquella construcción a la que yo conocía bien.
Dos de mis compañeros eran los únicos que no habían
marchado junto con la multitud, y al igual que yo planeaban confusamente ingresar al interior del predio. Pronto nos
encontramos los tres atravesando las altas puertas de tejido metálico, luego de
abrirlas pacientemente evitando cualquier método que precisase
violencia. Nos internamos en terreno de la fábrica , deslizándonos sobre el
húmedo pavimento.
Distintos tonos de cemento era todo lo que nos
rodeaba; a cierta distancia, un estanque rectangular parcialmente cubierto por una gruesa tapa de metal
blanquecina, en parte desteñida, en parte oxidada. Alrededor se encontraba
un grueso cerco de escasa altura, con su puerta completamente abierta. Algo me
atrajo y pronto me encontré
solo, penetrando el cerco y dejando a mi curiosidad arrastrarme hasta el borde descubierto del estanque. Asomado tímidamente observé su contenido; un líquido translúcido, más bien azulado y casi amenazador, asemejándose a aquel
preparado tan corrosivo que solíamos utilizar en nuestras tareas diarias en la fábrica.
Mi contemplación no duró mucho; apenas pude alzar mi
vista para ver la sombra de una silueta arrojándose sobre mí. Caí hacia un
costado y con insospechada agilidad me escurrí hasta uno de los extremos del
estanque, donde tomé una maciza pala a modo de arma de defensa.
Imaginable es la sorpresa que me causó ver que mi
agresor era una persona de mi altura y mi contextura física... su cara me
resultó tan familiar como la que veía cada mañana
reflejada en el espejo mirándome mirarle.
El combate no duró mucho. Me vi
con actitud temerosa, me vi intentando huir; golpeando con la pala, golpeando con mis puños, viendo cara a cara a mi contrincante, empujándolo fugazmente dentro del estanque y viéndolo disolverse.
Satisfecho, me deslicé fuera de la fábrica y atravesé
el hediondo basural que rodeaba la zona, teniendo demasiado claro mis objetivos
como para pensar que realmente se trataba de mí. Entonces comprendí que no era
yo quien había vencido en la lucha.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)