domingo, 16 de septiembre de 2012

Rastros.

Siempre estoy buscando información en la web; desde recetas de cocina hasta ejemplos de código en algún lenguaje de programación, pasando por datos sobre elaboración de cerveza, porcelana fría, puntos de crochet, plantas, germinación, mapas, acordes de guitarra, libros, música, etc., etc., etc....
Si cuando estaba en séptimo grado (entonces había un "séptimo grado") me hubieran dicho que iba a poder encontrar todo lo que puedo encontrar hoy en la nube simplemente no lo habría creído. Aunque, claro; igual me habría fascinado.

Muchas veces caigo en blogs; blogs, no páginas institucionales ni oficiales ni comerciales, sino esas pequeñas construcciones de ladrillitos prolijamente levantados por la paciencia, generosidad, ingenio, experiencia, curiosidad, conocimiento o ignorancia de personitas escribiendo en algún lugar del mundo.
Y algunas de esas veces, encantada con la información que ahí encuentro, me fijo en sus posts y en qué otros intereses comparto con ese desconocido.

Rastros.
Y algunas de esas veces, a su vez (je, ya parece una mamushka esto) veo que hace tiempo que el blog no tiene nuevas notas... y me pregunto... me pregunto qué será de su autor. Cómo será su vida, qué andará haciendo... incluso: ¿tendrá todavía una vida?
Vaya uno a saber cuántas veces estoy aprendiendo, y disfrutando, y asombrándome con cosas que aportó a este "éter virtual" alguien que ya no existe.

Si si; es como los libros, pero al alcance de cualquiera que, sin necesidad de gastar un centavo y llegando potencialmente a todos los rincones del mundo (con acceso a internet, por supuesto), quiera "editar". Y compartir. Y de alguna forma trascender, en el sentido más amplio: llegar a más allá de sí mismo; seguir vivo en otros a través de sus vivencias, imaginación, creatividad.

Brindo por los blogs y por todos los humanitos que me han aportado tantas cosas interesantes.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Jaulas.

Hace un par de meses estaba preparando la cena y con el rabillo del ojo vi algo que se movía. Me quedé mirando en esa dirección pero nada, así que seguí cocinando. En los siguientes minutos volvío a parecerme que veía algo un par de veces, hasta que finalmente pude comprobar que se trataba de un pequeñísimo ratoncito de campo, oscuro quizá negro, que temeroso se quedó mirándome desde atrás de las bandejas.
Me tomó bastante trabajo hacer que saliera de casa, y ni vale la pena decir que volvió una y otra vez en los días (y semanas) siguientes; a la alacena, al garage, al living...
Este reincidente personaje (que por reincidente terminó recibiendo un nombre, "Martín", para poder referirnos a él con mayor fluencia) causó dos cosas: una que ajustara más las medidas de limpieza de mi casa y otra que recordara lo simpático que me parecieron siempre los roedores.

Así fue que casi terminando el invierno, agarré y me compré un hamster. Bicho bonito, si los hay.
Plica se llamó. A la primera semana ya lograba que comiera de mi mano. A la segunda semana se paraba en sus patitas de atrás husmeando hacia arriba. A la tercera semana se me trepaba por el antebrazo, claramante en busca de un escape de su jaula. Hoy, a la cuarta semana, me levanté y su jaula estaba vacía. Por lo visto decidió mudarse a una maceta con remolachas que está en el comedor.
Fue fortuito que no se escapara al patio; pura casualidad que la puerta no estuviera abierta. Probablemente, de verlo huyendo por el pasto, los chimangos no lo dejarían llegar muy lejos.
Y qué hacerle; puse la maceta adentro de la jaula con agua, comida y sus juegos favoritos, y por ahora Plica parece cómodo (aparte de orgulloso de su aventura). Pero se que es cuestión de tiempo para que encuentre alguna nueva forma de escaparse.

Me hace pensar si Martín, una vez aceptado adentro de mi casa, querría escapar también. Yo creo que si.
Los seres vivos somos inquietos, quizá para eso es que existe la vida: para hacer que la materia y la energía se anden transportando de acá para allá, en forma bastante impredecible.

Quizá aplacaría un poco a Plica si le explicara que, finalmente, estamos todos en una jaula. La nuestra es más grande, eso es todo.